martes, 7 de febrero de 2012

Con cuentagotas para no sentirme solo.

 El mal del cuentagotas es una dolencia que padezco desde que, iluso por emular a mis referentes que ocupan el lomo de muchos libros que yacen en mi estanteria, escribo.

He perdido la cuenta de las veces que he temblado borracho de inspiración para luego aferrarme a un bolígrafo buscando un equilibrio, o quizás un descanso, mientras mi alma se desangra en la superficie del papel cuando bailo con las musas. Cierto es que me deleito con cada uno de estos episodios, pero luego viene un después. Y ese después se ve ennegrecido, a veces, por el querer mostrar al mundo lo que has creado.
¿Por qué digo a veces? ¿Acaso no es bonito enseñar tu nueva creación al mundo? Sí, y de hecho los necesito para alimentar mi ego, mi seguridad, para renovar mis ilusiones, mis energías. Pero, ay, de las veces en las que contarlo sería irse de la lengua. Y es aquí cuando aparece en escena el mal del cuentagotas, protagonista de esta entrada. ¿Que a qué me refiero? A ese momento de lucidez que hincharía el pecho de cualquiera de mis allegados, aunque el mío primero, pero que no puedo compartir por no desvelar parte de mis proyectos. Y sólo tengo la opción de enseñar, superficialmente, o quizás susurrar. Eso o elegir al pobre desgraciado que reirá, me animará, y me hará saber las impresiones que le provoca mi vástago recién nacido, pero que no podrá disfrutar de toda la aventura con el buen sabor de la ignorancia, de las suposiciones, de todas esas pequeñas cosas que te acompañan mientras devoras una obra. ¿Es obligatorio hacerlo? ¿Putear alguien de esa manera? Sí, lo es. Pues, al fin y al cabo, antes que escritor soy persona.

La soledad tiene un sabor amargo y yo no me quiero agriar.

El Barbus


1 comentario:

  1. Ignora todo lo que no te ayude a ir un paso más allá. Para lo que necesites sabes dónde estoy. :=)

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