Pudo ser una
vez que un niño paseaba alegre por un camino de baldosas musicales, que al
pisarlas emitían sonidos muy agradables. Al rato de caminar se encontró con un
osezno el cual le saludó “buenos días Inocencio”. El chico le saludó mientras
se hurgaba la nariz, pues llevaba rato molestándole algo. Luego de hurgar y
hurgas hizo una bolita con lo que
encontró en ella y tirarla bien lejos, deshaciéndose del mayor problema que se
le había presentado en toda la mañana.
Entonces, su
peludo amigo le propuso que bailase para él dentro del camino para poder
dedicarle una canción y bailarla. El niño aceptó sin vacilar y al poco de dar
un par de pasos, ya había empezado a vibrar una melodía que alegró al osezno y
empezó a imitarle los pasos.
A lo largo
del baile Inocencio creció y cada vez se hacía más torpe intentando bailar de
forma que la música fuera agradable. Y decidió que jugar con el osezno ya no le
parecía tan divertido, asique lo abandonó y siguió andando.
Tras dar unos
pasos se torció el tobillo y cayó cuan largo era en el camino. Tenía que seguir
avanzando, podía mirar atrás si quería, aunque vería el osezno muy distante y
sin claridad, pero tenía que seguir avanzando. Entonces se arrastró y la música
que sonaba tras su paso empezó a ser lastimosa. No le gustó, asique decidió
echarse a dormir. “Mañana será otro día y en mis sueños volveré a ser feliz”.
Pero Realio,
el monstruo de los sueños, le atacó y lo devoró.
Curioso el relatillo... me he quedado con ganas de saber qué música lastimosa consiguió tocar.
ResponderEliminarBesotes.