Diario de una novela: Primeros pasos.
Después del torrente de imágenes que alteraba mi paz, me dediqué a intentar atrapar todas las que pude. Me di cuenta de que muchas veces me pillaban en la calle. Aquello me dolía porque acuden a mí como fogonazos y la gran mayoría de veces son irrepetibles. Entonces llegaron las primeras hojas dobladas que reposaban en mi bolsillo (años más tarde llegaron las libretas pequeñas; no llevar bolso es lo que tiene).
Poco a poco me encontré delante de un montón de hojas con muchas anotaciones que reclamaban mi atención. Ante esta situación, comprendí que la historia se estaba haciendo grande y necesitaba asegurar que ninguna caería en el olvido eterno. Así que me decidí por archivarlas.
Después de releer mis notas, llegaron las conexiones entre ellas. La historia maduraba en mí conforme yo iba creciendo en el mundo real y absorbiendo nuevas experiencias. Fue entonces cuando empecé a dudar. ¿Y si me pusiera a escribir? ¿Sería capaz?
Con cada día que pasaba, fantaseaba más con la historia y esta se hacía dueña de mis ratos libres. Entonces llegó el verdadero desasosiego por culpa de quedarme para mí mismo aquellas vibraciones que me sacudían por dentro. Necesitaba darles salida.
Llegó pues, la hora de ponerse manos a la obra. Fue cuando me di cuenta de un mal que solemos adolecer quienes nos atrevemos a jugar a ser escritores, la temida hoja en blanco. Me retó durante varios días, intenté abordarla lo mejor que pude hasta que, por fin, después de acertar con un buen golpe (la primera frase), todo lo demás vino rodado.
Poco a poco fui descubriendo que la inspiración es caprichosa. No tuve más remedio que superar el desazón que nos provoca. Me fui haciendo más y más fuerte. Por escudo portaba una libreta, por espada un bolígrafo y por casco la mágica combinación de un diccionario, San Google y libros de lectura.
Y así trascurrieron los dos primeros años de vida de la novela, donde el resultado final fue un primer borrador de 120 hojas manuscritas, un mapa, varios dibujos y más de 20 hojas con anotaciones.
Pero, por capricho del destino, cerré la primera etapa y la siguiente no llegaría hasta casi cuatro años más tarde.
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